PALABRA VIVA PARA ESTE DIA

Noviembre 2

Conmemoración de Todos los

Fieles Difuntos

Textos y archivos de audio por: Fr. Nelson Medina, O.P.
Derechos Reservados © 2003.
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Lecturas y Oraciones del día

Oración Colecta

Oremos:
Señor, tú que quisiste que tu Hijo venciera la muerte y así entrara victorioso en el cielo, concede a nuestros hermanos difuntos, que, vencida también la muerte, puedan contemplarte eternamente, a ti que eres su creador y su redentor.
Por nuestro Señor Jesucristo…
Amén.

Primera Lectura
Aguardando la redención de nuestro cuerpo

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos
8,14-23

Hermanos: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Han recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Aiba! (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo.
Considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial
Del salmo 24

A ti, Señor, levanto mi alma.

Acuérdate, Señor, que son eternos tu amor y tu ternura. Señor, acuérdate de mí con ese mismo amor y esa ternura.
A ti, Señor, levanto mi alma.

Alivia mi angustiado corazón y haz que lleguen mis penas a su fin. Contempla mi miseria y mis trabajos y perdóname todas mis ofensas.
A ti, Señor, levanto mi alma.

Protégeme, Señor, mi vida salva, que jamás quede yo decepcionado de haberte entregado mi confianza; la rectitud e inocencia me defiendan, pues en ti tengo puesta mi esperanza.
A ti, Señor, levanto mi alma.

Segunda Lectura
En Cristo, todos volverán a la vida

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios
15, 20-24. 25-28

Hermanos: Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos. Porque si por un hombre vino la muerte, también por un hombre vendrá la resurrección de los muertos.
En efecto, así como en Adán todos mueren, así en Cristo todos volverán a la vida; pero cada uno en su orden: primero Cristo, como primicia; después, a la hora de su advenimiento, los que son de Cristo.
Enseguida será la consumación, cuando Cristo entregue el Reino a su Padre. Porque él tiene que reinar hasta que el Padre ponga bajo sus pies a todos sus enemigos. El último de los enemigos en ser aniquilado, será la muerte. Es claro que cuando la Escritura dice: Todo lo sometió el Padre a los pies de Cristo, no incluye a Dios, que es quien le sometió a Cristo todas las cosas.
Al final, cuando todo se le haya sometido, Cristo mismo se someterá al Padre, y así Dios será todo en todas las cosas.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor; el que cree en mí, no morirá para siempre.
Aleluya.

Evangelio
El que cree en el Hijo tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día

Ý Lectura del santo Evangelio según san Juan
6, 37-40

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud:
«Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí; y al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.
Y la voluntad del que me envió es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día».
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración sobre las Ofrendas

Mira, Señor, con bondad los dones que te presentamos por tus fieles difuntos, y concédeles la eterna recompensa prometida a quienes creyeron y esperaron en tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.

Prefacio
Cristo murió para que nosotros vivamos

El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Es justo y necesario.

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Quien se dignó morir por todos, para librarnos a todos de la muerte; es más, quiso morir, para que todos tuviéramos la vida eterna.
Por eso,
unidos a los ángeles, te aclamamos llenos de alegría:
Santo, Santo, Santo…

Antífona de la Comunión

Dios envió al mundo a su Hijo único, para que tengamos vida por medio de él.

Oración después de la Comunión

Oremos:
Por este sacrificio que acabamos de ofrecerte multiplica, Señor, tu misericordia en favor de nuestros hermanos difuntos, y así como les diste la gracia del bautismo, concédeles ahora la plenitud del gozo eterno.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Homilía para escuchar  [Predicaciones distintas a la homilía para leer]

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Homilía para leer

1. El amor es más fuerte que la muerte

1.1 El misterio central de nuestra fe es la Resurrección de Cristo (cf. 1 Cor 15,14). Esto hemos de tomarlo en serio: el enemigo más grande de nuestros sueños y esperanzas, es decir, la muerte, ha caído ante uno que es más fuerte: Jesucristo.

1.2 La resurrección del Señor es una obra del amor. Levantado del sepulcro, Cristo manifiesta el sentido de toda su vida, que no fue otra cosa sino una continua ofrenda de amor. Es que el freno para amar, lo que nos detiene de amar más y mejor es la muerte. Sentimos que si amamos demasiado perdemos lo nuestro y nos quedamos sin nada. Pero Cristo ha amado hasta quedarse sin nada, porque se ha <<vaciado>> de sí mismo en la cruz (cf. Flp 2,7). Cristo ha asumido el riesgo terrible de ofrecerse a las fauces de la muerte, fiado solamente de la voluntad del Padre. La resurrección de Cristo es entonces la respuesta de amor del Padre, que así manifiesta el triunfo de un amor que no se mide, un amor que no se limita porque no se detiene ante la muerte.

2. La comunión de los santos

2.1 Nosotros hemos nacido de ese amor invencible, pues de nosotros fue escrito: <<no nacieron de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios>> (Jn 1,13). El que nos une y nos reúne no es otro que el Espíritu Santo, el Espíritu que resucito a Jesús de entre los muertos. Este es el misterio que llamamos la <<comunión de los santos>>: somos uno en Él, gracias al mismo amor que hizo posible el portento de la Encarnación y el milagro sublime de la Resurrección.

2.2 No cabe pensar entonces que ese amor, que ya venció una vez y para siempre a la muerte, ahora sea inferior a la muerte. El amor que nos hace <<uno>> en Jesús es el mismo amor que resucitó a Jesús, y por eso estamos ciertos que la Iglesia que peregrina en esta tierra está indisolublemente unida a la Iglesia que ha pasado ya por el umbral de la muerte.

2.3 Semejante lenguaje no podía decirse antes de la resurrección del Señor, y por ello, antes de la predicación de este misterio de misterios, toda invocación de difuntos o toda idea de una comunicación entre los difuntos y nosotros tenía que ser prohibida como espiritismo, según ordena severamente el Antiguo Testamento: <<No sea hallado en ti ... quien practique adivinación, ni hechicería, o sea agorero, o hechicero, o encantador, o médium, o espiritista, ni quien consulte a los muertos>> (Dt 18,10-11). Esta prohibición era razonable porque el contacto con los difuntos sólo podía tener un objetivo: el intento de asegurar algunos bienes (suerte, dinero, éxitos...) para esta vida. Pero nosotros no miramos así a nuestros difuntos, pues es la luz de la victoria del Resucitado quien nos lleva a considerar el alto destino al que han sido llamados ellos lo mismo que nosotros.

3. Un inmenso acto de amor

3.1 Nuestras oraciones por los fieles difuntos llevan por consiguiente un doble sello: caridad hacia ellos y certeza de la victoria de Cristo. Les amamos, pero no con un amor nostálgico, prisionero de la fantasía o el recuerdo, sino con el amor eficacísimo propio de la victoria del Señor.

3.2 Y por eso desde antiguo la Iglesia ha considerado que es acto precioso de misericordia orar por los difuntos de quienes podemos pensar que necesitan de este sufragio, no para reemplazar la fe, si no la tuvieron, sino para limpiar con la potencia de nuestro amor, fundado en Cristo, cualquier imperfección que pueda impedirles gozar de la visión de Dios.

3.3 Y ofrecemos este acto de amor uniéndonos al amor más grande, es decir, al amor de Cristo en la Eucaristía. Allí precisamente donde se renueva la ofrenda viva de Cristo, allí fundamos nuestro amor y nuestra esperanza mientras rogamos por nuestros hermanos difuntos.

 

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*** Tenga en cuenta que no todos los prefacios aquí transcritos son de uso normativo. ***

Estos textos litúrgicos y bíblicos  han sido proporcionados con autorización
a partir de esta completísima página de lecturas en uso en la liturgia católica.

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